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4 de julho de 2023 às 10:52 28 views

 

—¿Qué secretos? —preguntó Harry.

Pero Winky negó rotundamente con la cabeza, derramándose encima más cerveza de mantequilla.

—Winky le guarda... ¡hip!... los secretos a su amo —contestó con
brusquedad, balanceándose más y poniéndole a Harry cara de pocos amigos— . Harry Potter quiere... ¡hip!... meter las narices.

—¡Winky no debería hablarle de esa manera a Harry Potter! —la reprendió Dobby enojado—. ¡Harry Potter es noble y valiente, y no quiere meter las narices en ningún lado!

—Quiere meter las narices... ¡hip!... en las cosas privadas y secretas...
¡hip!... de mi amo... ¡hip! Winky es una buena elfina doméstica... ¡hip! Winky guarda sus secretos... ¡hip!... aunque haya quien quiera fisgonear... ¡hip!... y meter las narices. —Winky cerró los párpados y de repente, sin previo aviso, se deslizó del taburete y cayó al suelo delante de la chimenea, donde se puso a roncar muy fuerte. La botella vacía de cerveza de mantequilla rodó por el enlosado.

Media docena de elfos domésticos corrieron hacia ella indignados.
Mientras uno cogía la botella, los otros cubrieron a Winky con un mantel grande de cuadros y remetieron las esquinas, ocultándola.

—¡Lamentamos que hayan tenido que ver esto, señores y señorita! —dijo un elfo que tenían al lado y que parecía muy avergonzado—. Esperamos que no nos juzguen a todos por el comportamiento de Winky, señores y señorita.

—¡Se siente desgraciada! —replicó Hermione, exasperada—. ¿Por qué no intentáis animarla en vez de taparla de la vista?

—Le rogamos que nos perdone, señorita —dijo el elfo doméstico,
repitiendo la pronunciadísima reverencia—, pero los elfos domésticos no tenemos derecho a sentirnos desgraciados cuando hay trabajo que hacer y amos a los que servir.

—¡Por Dios! —exclamó Hermione enfadada—. ¡Escuchadme todos!
¡Tenéis el mismo derecho que los magos a sentiros desgraciados! ¡Tenéis derecho a cobrar un sueldo y a tener vacaciones y a llevar ropa de verdad! ¡No tenéis por qué obedecer a todo lo que se os manda! ¡Fijaos en Dobby!

—Le ruego a la señorita que deje a Dobby al margen de esto —murmuró Dobby, asustado.

Las alegres sonrisas habían desaparecido de la cara de los elfos. De
repente observaban a Hermione como si fuera una peligrosa demente.

—¡Aquí tienen la comida! —chilló un elfo, y puso en los brazos de Harry un jamón enorme, doce pasteles y algo de fruta—. ¡Adiós!

Los elfos domésticos se arremolinaron en torno a los tres amigos y los
sacaron de las cocinas, dándoles empujones en la espalda, a la altura de la cintura.

—¡Gracias por los calcetines, Harry Potter! —gritó Dobby con tristeza
desde la chimenea, donde se encontraba junto al bulto en que había quedado convertida Winky, arrebujada en el mantel.

—¿No podías cerrar la boca, Hermione? —dijo Ron enojado, cuando la
puerta de las cocinas se cerró tras ellos de un portazo—. ¡Ahora ya no querrán que vengamos a visitarlos! ¡Hemos perdido la oportunidad de sacarle algo a Winky sobre Crouch!

—¡Ah, como si eso te preocupara! —se burló Hermione—. ¡Lo que a ti te gusta es que te den de comer!

 

 

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