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23 de março de 2024 às 05:49 35 views

 

A diferencia de Dumbledore, Karkarov parecía mucho más joven: tenía
negros el cabello y la perilla. No llevaba sus lustrosas pieles, sino una túnica delgada y raída.

Temblaba. Ante los ojos de Harry, las cadenas de los brazos de la silla
emitieron un destello dorado y solas se enroscaron como serpientes en torno a sus brazos, sujetándolo a la silla.

—Igor Karkarov —dijo una voz seca que provenía de la izquierda de Harry. Éste se volvió y vio al señor Crouch de pie ante el banco que había a su lado. Crouch tenía el pelo oscuro, el rostro mucho menos arrugado, y parecía fuerte y enérgico—. Se lo ha traído a este lugar desde Azkaban para prestar declaración ante el Ministerio de Magia. Usted nos ha dado a entender que dispone de información importante para nosotros.

Sujeto a la silla como estaba, Karkarov se enderezó cuanto pudo.

—Así es, señor —dijo, y, aunque la voz le temblaba, Harry pudo percibir en ella el conocido deje empalagoso—. Quiero ser útil al Ministerio. Quiero ayudar. Sé... sé que el Ministerio está tratando de atrapar a los últimos partidarios del Señor Tenebroso. Mi deseo es ayudar en todo lo que pueda...

Se escuchó un murmullo en los bancos. Algunos de los magos y brujas examinaban a Karkarov con interés, otros con declarado recelo. Harry oyó, muy claramente y procedente del otro lado de Dumbledore, una voz gruñona que le resultó conocida y que pronunció la palabra:

—Escoria.

Se inclinó hacia delante para ver quién estaba al otro lado de Dumbledore.

Era Ojoloco Moody, aunque con aspecto muy diferente. No tenía ningún ojo mágico, sino dos normales, ambos fijos en Karkarov y relucientes de rabia.

—Crouch va a soltarlo —musitó Moody dirigiéndose a Dumbledore—. Ha llegado a un trato con él. Me ha costado seis meses encontrarlo, y Crouch va a dejarlo marchar con tal de que pronuncie suficientes nombres nuevos. Si por mí fuera, oiríamos su información y luego lo mandaríamos de vuelta con los dementores.

Por su larga nariz aguileña, Dumbledore dejó escapar un pequeño
resoplido en señal de desacuerdo.

—¡Ah!, se me olvidaba... No te gustan los dementores, ¿eh, Albus? —dijo Moody con sarcasmo.

—No —reconoció Dumbledore con tranquilidad—, me temo que no. Hace tiempo que pienso que el Ministerio se ha equivocado al aliarse con semejantes criaturas.

—Pero con escoria semejante... —replicó Moody en voz baja.

—Dice usted, Karkarov, que tiene nombres que ofrecernos —dijo el señor Crouch—. Por favor, déjenos oírlos.

—Tienen que comprender —se apresuró a decir Karkarov— que El queno- debe-ser-nombrado actuaba siempre con el secretismo más riguroso... Prefería que nosotros... quiero decir, sus partidarios (y ahora lamento, muy profundamente, haberme contado entre ellos)...

—No te enrolles —dijo Moody con desprecio.

 

 

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