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7 de março de 2024 às 04:52 26 views

 

Fawkes, el fénix del profesor Dumbledore, estaba posado en su percha de oro, al lado de la puerta. Era del tamaño de un cisne, con un magnifico plumaje dorado y escarlata. Lo saludó agitando en el aire su larga cola y mirándolo con ojos entornados y tiernos.

Harry se sentó en una silla delante del escritorio de Dumbledore. Durante varios minutos se quedó allí, contemplando a los antiguos directores del colegio, que resoplaban en sus retratos, mientras pensaba en lo que acababa de oír y se pasaba distraídamente los dedos por la cicatriz: ya no le dolía.

Se sentía mucho más tranquilo hallándose en el despacho de Dumbledore y sabiendo que no tardaría en hablar con él de su sueño. Harry miró la pared que había tras el escritorio: el Sombrero Seleccionador, remendado y andrajoso, descansaba sobre un estante. Junto a él había una urna de cristal que contenía una magnífica espada de plata con grandes rubíes incrustados en la empuñadura; Harry la reconoció como la espada que él mismo había sacado del Sombrero Seleccionador cuando se hallaba en segundo. Aquélla era la espada de Godric Gryffindor, el fundador de la casa a la que pertenecía Harry.
La estaba contemplando, recordando cómo había llegado en su ayuda cuando lo daba todo por perdido, cuando vio que sobre la urna de cristal temblaba un punto de luz plateada. Buscó de dónde provenía aquella luz, y vio un brillante rayito que salía de un armario negro que había a su espalda, con la puerta entreabierta. Harry dudó, miró a Fawkes y luego se levantó; atravesó el despacho y abrió la puerta del armario.

Había allí una vasija de piedra poco profunda, con tallas muy raras
alrededor del borde: eran runas y símbolos que Harry no conocía. La luz plateada provenía del contenido de la vasija, que no se parecía a nada que Harry hubiera visto nunca. No hubiera podido decir si aquella sustancia era un líquido o un gas: era de color blanco brillante, plateado, y se movía sin cesar. La superficie se agitó como el agua bajo el viento, para luego separarse formando nubecillas que se arremolinaban. Daba la sensación de ser luz licuada, o viento solidificado: Harry no conseguía comprenderlo.

Quiso tocarlo, averiguar qué tacto tenía, pero casi cuatro años de
experiencia en el mundo mágico le habían enseñado que era muy poco
prudente meter la mano en un recipiente lleno de una sustancia desconocida, así que sacó la varita de la túnica, echó una ojeada nerviosa al despacho, volvió a mirar el contenido de la vasija y lo tocó con la varita. La superficie de aquella cosa plateada comenzó a girar muy rápido.

Harry se inclinó más, metiendo la cabeza en el armario. La sustancia
plateada se había vuelto transparente, parecía cristal. Miró dentro esperando distinguir el fondo de piedra de la vasija, y en vez de eso, bajo la superficie de la misteriosa sustancia, vio una enorme sala, una sala que él parecía observar desde una cúpula de cristal.

Estaba apenas iluminada, y Harry pensó que incluso podía ser
subterránea, porque no tenía ventanas, sólo antorchas sujetas en argollas como las que iluminaban los muros de Hogwarts. Bajando la cara de forma que la nariz le quedó a tres centímetros escasos de aquella sustancia cristalina, vio que delante de cada pared había varias filas de bancos, tanto más elevados cuanto más cercanos a la pared, en los que se encontraban sentados muchos brujos de ambos sexos. En el centro exacto de la sala había una silla vacía. Algo en ella le producía inquietud. En los brazos de la silla había unas cadenas,
como si al ocupante de la silla se lo soliera atar a ella.

¿Dónde estaba aquel misterioso lugar? No parecía que perteneciera a
Hogwarts: nunca había visto en el castillo una sala como aquélla. Además, la multitud que la ocupaba se hallaba compuesta exclusivamente de adultos, y Harry sabía que no había tantos profesores en Hogwarts. Parecían estar esperando algo, pensó, aunque no les veía más que los sombreros puntiagudos. Todos miraban en la misma dirección, sin hablar.

 

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