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26 de abril de 2019 às 07:31 29 views

 

—Lo que tenemos que hacer —dijo animadamente Hermione, cuando se acercaba la doble clase de Pociones de la tarde del jueves— es distraerle con algo. Entonces uno de nosotros podrá entrar en el despacho de Snape y coger lo que necesitamos. —Harry y Ron la miraron nerviosos—. Creo que es mejor que me encargue yo misma del robo —continué Hermione, como si tal cosa—. A vosotros dos os expulsarían si os pillaran en otra, mientras que yo tengo el expediente limpio. Así que no tenéis más que originar un tumulto lo suficientemente importante para mantener ocupado a Snape unos cinco minutos.

Harry sonrió tímidamente. Provocar un tumulto en la clase de Pociones de Snape era tan arriesgado como pegarle un puñetazo en el ojo a un dragón dormido.

Las clases de Pociones se impartían en una de las mazmorras más
espaciosas. Aquella tarde de jueves, la clase se desarrollaba como siempre. Veinte calderos humeaban entre los pupitres de madera, en los que descansaban balanzas de latón y jarras con los ingredientes. Snape rondaba por entre los fuegos, haciendo comentarios envenenados sobre el trabajo de los de Gryffindor, mientras los de Slytherin se reían a cada crítica. Draco Malfoy, que era el alumno favorito de Snape, hacia burla con los ojos a Ron y Harry, que sabían que si le contestaban tardarían en ser castigados menos de lo que se tarda en decir «injusto».

A Harry la pócima infladora le salía demasiado líquida, pero en aquel
momento le preocupaban otras cosas más importantes. Aguardaba una seña de Hermione, y apenas prestó atención cuando Snape se detuvo a mirar con desprecio su poción agnada. Cuando Snape se volvió y se fue a ridiculizar a Neville, Hermione captó la mirada de Harry; y le hizo con la cabeza un gesto afirmativo.

Harry se agachó rápidamente y se escondió detrás de su caldero, se sacó de un bolsillo una de las bengalas del doctor Filibuster que tenía Fred, y le dio un golpe con la varita. La bengala se puso a silbar y echar chispas. Sabiendo que sólo contaba con unos segundos, Harry se levantó, apuntó y la lanzó al aire. La bengala aterrizó dentro del caldero de Goyle.

La poción de Goyle estalló, rociando a toda la clase. Los alumnos chillaban cuando los alcanzaba la pócima infladora. A Malfoy le salpicó en toda la cara, y la nariz se le empezó a hinchar como un balón; Goyle andaba a ciegas tapándose los ojos con las manos, que se le pusieron del tamaño de platos soperos, mientras Snape trataba de restablecer la calma y de entender qué había sucedido. Harry vio a Hermione aprovechar la confusión para salir discretamente por la puerta.

—¡Silencio! ¡SILENCIO! —gritaba Snape—. Los que hayan sido salpicados por la poción, que vengan aquí para ser curados. Y cuando averigüe quién ha hecho esto...

Harry intentó contener la risa cuando vio a Malfoy apresurarse hacia la
mesa del profesor, con la cabeza caída a causa del peso de la nariz, que había llegado a alcanzar el tamaño de un pequeño melón. Mientras la mitad de la clase se apiñaba en torno a la mesa de Snape, unos quejándose de sus brazos del tamaño de grandes garrotes, y otros sin poder hablar debido a la hinchazón de sus labios, Harry vio que Hermione volvía a entrar en la mazmorra, con un bulto debajo de la túnica.

 

 

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