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22 de fevereiro de 2018 às 08:39 22 views

 

Peeves hizo sonar su lengua y desapareció, dejando caer los bastones
sobre la cabeza de Neville. Lo oyeron alejarse con un zumbido, haciendo resonar las armaduras al pasar.


—Tenéis que tener cuidado con Peeves —dijo Percy, mientras seguían
avanzando—. El Barón Sanguinario es el único que puede controlarlo, ni siquiera nos escucha a los prefectos. Ya llegamos.


Al final del pasillo colgaba un retrato de una mujer muy gorda, con un
vestido de seda rosa.


—¿Santo y seña? —preguntó.

—Caput draconis —dijo Percy, y el retrato se balanceó hacia delante y dejó ver un agujero redondo en la pared. Todos se amontonaron para pasar (Neville necesitó ayuda) y se encontraron en la sala común de Gryffindor; una habitación redonda y acogedora, llena de cómodos sillones.

Percy condujo a las niñas a través de una puerta, hacia sus dormitorios, y a los niños por otra puerta. Al final de una escalera de caracol (era evidente que estaban en una de las torres) encontraron, por fin, sus camas, cinco camas con cuatro postes cada una y cortinas de terciopelo rojo oscuro. Sus baúles ya estaban allí. Demasiado cansados para conversar, se pusieron sus pijamas y se metieron en la cama.

—Una comida increíble, ¿no? —murmuró Ron a Harry, a través de las
cortinas—. ¡Fuera, Scabbers! Te estás comiendo mis sábanas.


Harry estaba a punto de preguntar a Ron si le quedaba alguna tarta de
melaza, pero se quedó dormido de inmediato.


 

 

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