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15 de fevereiro de 2017 às 09:32 12 views

lEOPOLDO

Pensemos que en esas primeras décadas del siglo, al mismo tiempo que escuchaba y bailaba el tango, Leopoldo era un lector infatigable que descubrió las epopeyas homéricas en traducciones españolas y francesas, leía la Biblia y descubría la poesía a través de  Rubén Darío, - en ediciones que tanto en vida como después de su muerte popularizaron al vate, nombrado en letras de tango-así  como a los argentinos Lugones, Banchs, Carriego, Ricardo Güiraldes (El cencerro de cristal, 1915) y Baldomero Fernández Moreno (Ciudad, 1917). Sus lecturas abarcaban también textos de Federico Nietzsche, traducidos y editados en España, y las obras de don Ricardo Rojas, ese notable historiador y americanista, autor de Eurindia y Blasón de Plata.

 Todo ello lo conocemos por el primer libro de Leopoldo, titulado Los Aguiluchos, que publicó su amigo Manuel Gleizer, editor villacrespense. Por entonces la calle Corrientes, cuya historia escribió Marechal, era una larga calle empedrada que se llamó Triunvirato y que vinculaba a los barrios periféricos de Villa Crespo y Chacarita con el centro de la ciudad. Transitada por el tranvía y por pesados carros ambulantesera la calle por dondevenían los sepelios en dirección al cementerio popular, habilitado en el tiempo de las 

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