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12 de fevereiro de 2024 às 04:52 34 views

 

—¡Te apretabas la cicatriz! —dijo la profesora Trelawney—. ¡Te revolcabas por el suelo! ¡Vamos, Potter, tengo experiencia en estas cosas!

Harry levantó la vista hacia ella.

—Creo que tengo que ir a la enfermería. Me duele terriblemente la cabeza.

—¡Sin duda te han estimulado las extraordinarias vibraciones de
clarividencia de esta sala! —exclamó la profesora Trelawney—. Si te vas ahora, tal vez pierdas la oportunidad de ver más allá de lo que nunca has...

—Lo único que quiero ver es un analgésico.

Se puso en pie. Todos se echaron un poco para atrás. Parecían asustados.

—Hasta luego —le dijo Harry a Ron en voz baja, y, recogiendo la mochila, fue hacia la trampilla sin hacer caso de la profesora Trelawney, que tenía en la cara una expresión de intensa frustración, como si le acabaran de negar un capricho.

Sin embargo, cuando Harry llegó al final de la escalera de mano, no se
dirigió a la enfermería. No tenía ninguna intención de ir allá. Sirius le había dicho qué tenía que hacer si volvía a dolerle la cicatriz, y Harry iba a seguir su consejo: se encaminó hacia el despacho de Dumbledore. Anduvo por los corredores pensando en lo que había visto en el sueño, que había sido tan vívido como el que lo había despertado en Privet Drive. Repasó los detalles en su mente, tratando de asegurarse de que los recordaba todos... Había oído a
Voldemort acusar a Colagusano de cometer un error garrafal... pero el búho real le había llevado buenas noticias: el error estaba subsanado, alguien había muerto... De manera que Colagusano no iba a servir de alimento a la serpiente... En su lugar, la serpiente se lo comería a él, a Harry...

Harry pasó de largo la gárgola de piedra que guardaba la entrada al
despacho de Dumbledore. Parpadeó extrañado, miró alrededor, comprendió que lo había dejado atrás y dio la vuelta, hasta detenerse delante de la gárgola.

Entonces recordó que no conocía la contraseña.

—¿Sorbete de limón? —dijo probando.

La gárgola no se movió.

—Bueno —dijo Harry, mirándola—. Caramelo de pera. Eh... Palo de
regaliz. Meigas fritas. Chicle superhinchable. Grageas de todos los sabores de Bertie Bott... No, no le gustan, creo... Vamos, ábrete, ¿por qué no te abres? — exclamó irritado—. ¡Tengo que verlo, es urgente!

La gárgola permaneció inmóvil.

Harry le dio una patada, pero sólo consiguió hacerse un daño terrible en el dedo gordo del pie.

—¡Ranas de chocolate! —gritó enfadado, sosteniéndose sobre un pie—. ¡Pluma de azúcar! ¡Cucurucho de cucarachas!

La gárgola revivió de pronto y se movió a un lado. Harry cerró los ojos y volvió a abrirlos.

 

 

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