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2 de março de 2021 às 10:52 22 views

 

Al acercarse a la cabaña de Hagrid, al borde del bosque prohibido, el
misterio de los dormitorios de los de Beauxbatons quedó disipado. El
gigantesco carruaje de color azul claro en el que habían llegado estaba
aparcado a unos doscientos metros de la cabaña de Hagrid, y los de Beauxbatons entraron en él de nuevo. Al lado, en un improvisado potrero, pacían los caballos de tamaño de elefantes que habían tirado del carruaje.

Harry llamó a la puerta de Hagrid, y los estruendosos ladridos de Fang
respondieron al instante.

—¡Ya era hora! —exclamó Hagrid, después de abrir la puerta de golpe y
verlos—. ¡Creía que no os acordabais de dónde vivo!

—Hemos estado muy ocupados, Hag... —empezó a decir Hermione, pero se detuvo de pronto, estupefacta, al ver a Hagrid.

Hagrid llevaba su mejor traje peludo de color marrón (francamente
horrible), con una corbata a cuadros amarillos y naranja. Y eso no era lo peor: era evidente que había tratado de peinarse usando grandes cantidades de lo que parecía aceite lubricante hasta alisar el pelo formando dos coletas. Puede que hubiera querido hacerse una coleta como la de Bill y se hubiera dado cuenta de que tenía demasiado pelo. A Hagrid aquel tocado le sentaba como a un santo dos pistolas. Durante un instante Hermione lo miró con ojos desorbitados, y luego, obviamente decidiendo no hacer ningún comentario, dijo:

—Eh... ¿dónde están los escregutos?

—Andan entre las calabazas —repuso Hagrid contento—. Se están
poniendo grandes: ya deben de tener cerca de un metro. El único problema es que han empezado a matarse unos a otros.

—¡No!, ¿de verdad? —dijo Hermione, echándole a Ron una dura mirada
para que se callara, porque éste, viendo el peinado de Hagrid, acababa de abrir la boca para comentar algo.

 

 

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