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15 de março de 2024 às 05:43 16 views
Como la vasija era circular, y la sala que veía, cuadrada, Harry no La punta de la nariz tocó la extraña sustancia. El despacho de Dumbledore se sacudió terriblemente. Harry fue Pero no dio de cabeza contra el suelo de piedra: se notó caer por entre Y, de repente, se hallaba sentado en uno de los últimos bancos de la sala que había dentro de la vasija, un banco más elevado que los otros. Miró hacia arriba esperando ver la cúpula de cristal a través de la que había estado mirando, pero no había otra cosa que piedra oscura y maciza. Respirando con dificultad, Harry observó a su alrededor. Ninguno de los magos y brujas de la sala (y eran al menos doscientos) lo miraba. Ninguno de ellos parecía haberse dado cuenta de que un muchacho de catorce años acababa de caer del techo y se había sentado entre ellos. Harry se volvió hacia el mago que tenía a su lado, y profirió un grito de sorpresa que retumbó en toda la silenciosa sala. Estaba sentado justo al lado de Albus Dumbledore. —¡Profesor! —dijo Harry en una especie de susurro ahogado—, lo Pero Dumbledore no respondió ni se inmutó. Hizo caso omiso de Harry. Como todos los demás, estaba vuelto hacia el rincón más alejado de la sala, en el que había una puerta. Harry miró a Dumbledore desconcertado, luego a toda la multitud que Ya en otra ocasión se había encontrado en un lugar en el que nadie lo veía ni oía. En aquella oportunidad había caído, a través de la página de un diario encantado, en la memoria de otra persona. O mucho se equivocaba, o algo parecido había vuelto a ocurrir. Levantó la mano derecha, dudó un momento y la movió con brío delante de la cara de Dumbledore, que ni parpadeó, ni lo miró, ni hizo movimiento alguno. Y eso, le pareció a Harry, despejaba cualquier duda. Dumbledore no lo hubiera pasado por alto de aquella manera. Se encontraba dentro de la memoria de alguien, y aquél no era el Dumbledore actual. Sin embargo, tampoco podía hacer muchísimo tiempo de aquello, porque el Dumbledore sentado a su lado ya tenía el pelo plateado. Pero ¿qué lugar era aquél? ¿Qué era lo que aguardaban todos aquellos magos? Observó con detenimiento. La sala, tal como había supuesto al observarla desde arriba, era seguramente subterránea: pensó que, de hecho, tenía más de mazmorra que de sala. La atmósfera del lugar era sórdida e intimidatoria. No había cuadros en las paredes, ni ningún otro tipo de decoración, sólo aquellas apretadas filas de bancos que se elevaban escalonadamente hacia las paredes, colocados para que todo el mundo tuviera una clara visión de la silla de las cadenas. Antes de que Harry pudiera llegar a una conclusión sobre el lugar en que se encontraba, oyó pasos. Se abrió la puerta del rincón, y entraron tres personas... O, por lo menos, uno de ellos era una persona, porque los otros dos, que lo flanqueaban, eran dementores. Notó frío en las tripas. Los dementores, unas criaturas altas que ocultaban la cara bajo una capucha, se dirigieron muy lentamente hacia el centro de la sala, donde estaba la silla, agarrando cada uno, con sus manos de aspecto putrefacto, uno de los brazos del hombre. Éste parecía a punto de desmayarse, y Harry no se lo podía reprochar: no estando más que en la memoria de alguien, los dementores no le podían causar ningún daño, pero recordaba demasiado bien lo que hacían. La multitud se echó un poco para atrás cuando los dementores colocaron al hombre en la silla con las cadenas para luego salir de la sala. La puerta se cerró tras ellos. Harry observó al hombre que habían conducido hasta la silla, y vio que se trataba de Karkarov.
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