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21 de setembro de 2019 às 07:05 19 views

 

Llegaron los días grises. Y la lluvia en los zapatos.

Aterrizó la sombra de todo lo que no vemos. Apareció el túnel de la luz al fondo a la derecha. Llegó la niebla de las noches que ya no mueren de placer.

Arrancó el motor de las dudas infinitas, partió el tren de la incertidumbre inconclusa, despegó el avión del siempre hacia ninguna parte.

Se rompió la cadencia, se partió el compás de los círculos concéntricos. Se inundó el cielo de las lágrimas que suceden a lo inevitable. Se partió el sol que acariciaba nuestra historia.

Se desvió la trayectoria de la inmaculada felicidad, cambió el sentido de la veleta que nos llevaba siempre al norte.

Y en mitad de todo eso, la gravedad hizo el resto. Inclinó los espejos que reflejaban un final. Derrumbó las señales que nos llevaban al desastre. Tiró abajo los atisbos de nudos sin desenlace. Ardió la discusión en una caricia arrepentida.

Se hundió la ira entre las yemas de unas manos que rozan unos hombros. Se apagaron los reproches que llenan vasos de paciencia de cristal de Bohemia. Se escurrieron las razones con hielo del último trago. Se llenaron de luz las paredes que enmudecieron ante una discusión de oídos sordos y labios sin frenos.

Desapareció todo. Se volvió nada. Se diluyó entre las anécdotas de las primeras veces, de los primeros roces, de las primeras riñas.

Y como dos gatos, se lamieron las heridas, se atusaron la piel de gallina y siguieron creyendo, a ciencia incierta pero llena de la fe de lo inexplicable, que les quedaban 7 vidas. Por lo menos.

 

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