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16 de junho de 2019 às 15:29 15 views
Cómo duele. Recoger tus cosas de donde no querías marcharte. Hacer la mudanza de la vida que siempre soñaste y que tenías planificada. Y no saber qué dirección darle al camión que lleva pedazos de tu historia hacia la incertidumbre hecha lugar. Cómo llora. Quien se marcha, con la culpa o la disculpa de volar todo en pedazos. Quien se queda, sin saber qué hacer con todo lo que tiene y sin saber cómo poner el punto final a lo que otro ya lo ha hecho. Y cómo volver a empezar en medio de tanto desastre. Cómo sufre. Con cada recuerdo, con cada canción. Con cada fecha que estaba en rojo en el calendario y en su cabeza y que debe pasar a ser un día más. Un día más sin ella, sin él. Un día más en la oficina, con la mente en otra parte y las manos llenas de vacíos. Cómo echa de menos. A cada instante, intentando llenar de errores premeditados, de tequilas con sal, de llantos desconsolados, el silencio del después. Después de todo. De tanto. De una vida cosida a mano. De tantos remiendos por los que buscar el hilo que continuase con la historia. Cómo sangra. Cada herida en cada poro. Cada roto sin descosidos a los que agarrarse. Cada desesperanza que uno vomita en bucle, sin saber si algún día pondrá en orden tantas preguntas que no encuentran la respuesta.
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