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15 de abril de 2019 às 07:46 15 views
Preguntarnos si estamos enamorados suele decir, en la mayoría de los casos y sin teorías que justifiquen lo que escribo, que uno lo está definitivamente o que ha dejado de estarlo. Hay interrogaciones que son, en realidad, interruptores de estados en los que entramos o salimos, pero no ambas. Ni viceversa. Porque en el querer, y en otras contadas y raras excepciones de la vida, no podemos conjugarnos en gerundio. O se quiere, o no se quiere. Pero jamás se está queriendo. Y es que el presente continuo que siempre parece tender al infinito no es más que un orgasmo. En forma de sonrisa idiota al grabar en alta definición un recuerdo a fuego en la memoria, de echar de menos con un último beso en cualquier estación de metro o de no saber cómo devolver, en esta vida o la siguiente, el calor de unos brazos en los que uno quisiera quedarse a vivir. Qué bonita la sensación, ese darse cuenta, sin quererlo ni esperarlo, de que uno, de nuevo, se ha mudado al lugar donde la felicidad se despierta entre tus brazos.
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