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15 de agosto de 2018 às 07:00 23 views Ella me salvó. De todas las formas, de todos los modos, de todos los tiempos, de todos los sentidos. Ella me salvó. De mi miedo a volver a ser feliz. Lo hizo de la mejor forma que puede hacerse: queriendo de golpe, con prisa. Entrando sin llamar a la puerta y pensando que no hay nada mejor que volver a construir sobre un cerrado por derribo. Ella me salvó. De apagarme para siempre. Lo hizo llevándome a un espejo y dejándome ver mi propia luz, colándose entre mis grietas. Y me arrastró a los atardeceres más bonitos, y me enganchó a ellos, como quien recuerda que el sol se apaga pero siempre llegan las estrellas para rescatarnos. Ella me salvó. De tirarlo todo por la borda. Lo consiguió haciéndome ver que huir de todas partes no te garantiza llegar a ningún lado. Que a veces la paciencia sirve para algo más que hacer cola y que desde la calma se toman las mejores decisiones. Ella me salvó. A mí, principalmente, pero también se salvó a ella misma. En un ejercicio de egoísmo bien entendido que la ha convertido en el apodo al que seguir dando los buenos días siempre que la agenda lo permite. Gracias por salvarme cuando nadie me echaba de menos |
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