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4 de março de 2021 às 09:06 17 views

 

A media tarde empezó a caer una lluvia suave. Resultaba muy agradable estar sentados junto al fuego, escuchando el suave golpeteo de las gotas de lluvia contra los cristales de la ventana, viendo a Hagrid zurcir calcetines y discutir con Hermione sobre los elfos domésticos, porque él se negó tajantemente a afiliarse a la P.E.D.D.O. cuando ella le mostró las insignias.

—Eso sería jugarles una mala pasada, Hermione —dijo Hagrid
gravemente, enhebrando un grueso hilo amarillo en una enorme aguja de hueso—. Lo de cuidar a los humanos forma parte de su naturaleza. Es lo que les gusta, ¿te das cuenta? Los harías muy desgraciados si los apartaras de su trabajo, y si intentaras pagarles se lo tomarían como un insulto.

—Pero Harry liberó a Dobby, ¡y él se puso loco de contento! —objetó
Hermione—. ¡Y nos han dicho que ahora quiere que le paguen!

—Sí, bien, en todas partes hay quien se desmadra. No niego que haya
elfos raros a los que les gustaría ser libres, pero nunca conseguirías convencer a la mayoría. No, nada de eso, Hermione.

A Hermione no le hizo ni pizca de gracia su negativa y volvió a guardarse la caja de las insignias en el bolsillo de la capa.

Hacia las cinco y media se hacía de noche, y Ron, Harry y Hermione
decidieron que era el momento de volver al castillo para el banquete de
Halloween. Y, lo más importante de todo, para el anuncio de los campeones de los colegios.

—Voy con vosotros —dijo Hagrid, dejando la labor—. Esperad un segundo.

Hagrid se levantó, fue hasta la cómoda que había junto a la cama y
empezó a buscar algo dentro de ella. No pusieron mucha atención hasta que un olor horrendo les llegó a las narices. Entre toses, Ron preguntó:

 

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