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23 de janeiro de 2021 às 15:23 25 views

 

Moody levantó otra vez la varita, señaló de nuevo a la araña y murmuró:

—¡Crucio!

De repente, la araña encogió las patas sobre el cuerpo. Rodó y se retorció cuanto pudo, balanceándose de un lado a otro. No profirió ningún sonido, pero era evidente que, de haber podido hacerlo, habría gritado. Moody no apartó la varita, y la araña comenzó a estremecerse y a sacudirse más violentamente.

—¡Pare! —dijo Hermione con voz estridente.

Harry la miró. Ella no se fijaba en la araña sino en Neville, y Harry,
siguiendo la dirección de los ojos de su amiga, vio que las manos de Neville se aferraban al pupitre. Tenía los nudillos blancos y los ojos desorbitados de horror.

Moody levantó la varita. La araña relajó las patas pero siguió
retorciéndose.

—Reducio —murmuró Moody, y la araña se encogió hasta recuperar su
tamaño habitual. Volvió a meterla en el tarro—. Dolor —dijo con voz suave—. No se necesitan cuchillos ni carbones encendidos para torturar a alguien si uno sabe llevar a cabo la maldición cruciatus... También esta maldición fue muy popular en otro tiempo. Bueno, ¿alguien conoce alguna otra?

Harry miró a su alrededor. A juzgar por la expresión de sus compañeros, parecía que todos se preguntaban qué le iba a suceder a la última araña. La mano de Hermione tembló un poco cuando se alzó por tercera vez.

—¿Sí? —dijo Moody, mirándola.

—Avada Kedavra —susurró ella.

Algunos, incluido Ron, le dirigieron tensas miradas.

—¡Ah! —exclamó Moody, y la boca torcida se contorsionó en otra ligera sonrisa—. Sí, la última y la peor. Avada Kedavra: la maldición asesina.

Metió la mano en el tarro de cristal, y, como si supiera lo que le esperaba, la tercera araña echó a correr despavorida por el fondo del tarro, tratando de escapar a los dedos de Moody, pero él la atrapó y la puso sobre la mesa. La araña correteó por la superficie.

Moody levantó la varita, y, previendo lo que iba a ocurrir, Harry sintió un repentino estremecimiento.

—¡Avada Kedavra! —gritó Moody.

Hubo un cegador destello de luz verde y un ruido como de torrente, como si algo vasto e invisible planeara por el aire. Al instante la araña se desplomó patas arriba, sin ninguna herida, pero indudablemente muerta. Algunas de las alumnas profirieron gritos ahogados. Ron se había echado para atrás y casi se cae del asiento cuando la araña rodó hacia él.

 

 

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