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28 de outubro de 2020 às 10:59 13 views

 

Los magos del Ministerio se lanzaron en tropel al terreno de juego para
separar a las veelas y los leprechauns, pero con poco éxito. Y la batalla que tenía lugar en el suelo no era nada comparada con la del aire. Harry movía los omniculares de un lado para otro sin parar porque la quaffle cambiaba de manos a la velocidad de una bala.

—Levski... Dimitrov... Moran... Troy... Mullet... Ivanova... De nuevo Moran... Moran... ¡Y MORAN CONSIGUE MARCAR!

Pero apenas se pudieron oír los vítores de la afición irlandesa, tapados por los gritos de las veelas, los disparos de las varitas de los funcionarios y los bramidos de furia de los búlgaros. El juego se reanudó enseguida: primero Levski se hizo con la quaffle, luego Dimitrov...

Quigley, el golpeador irlandés, le dio a una bludger que pasaba a su lado y la lanzó con todas sus fuerzas contra Krum, que no consiguió esquivarla a tiempo: le pegó de lleno en la cara.

La multitud lanzó un gruñido ensordecedor. Parecía que Krum tenía la
nariz rota, porque la cara estaba cubierta de sangre, pero Mustafá no hizo uso del silbato. La jugada lo había pillado distraído, y Harry no podía reprochárselo: una de las veelas le había tirado un puñado de fuego, y la cola de su escoba se encontraba en llamas.

Harry estaba deseando que alguien interrumpiera el partido para que
pudieran atender a Krum. Aunque estuviera de parte de Irlanda, Krum le seguía pareciendo el mejor jugador del partido. Obviamente, Ron pensaba lo mismo.

—¡Esto tiene que ser tiempo muerto! No puede jugar en esas condiciones, míralo...

—¡Mira a Lynch! —le contestó Harry.

El buscador irlandés había empezado a caer repentinamente, y Harry
comprendió que no se trataba del «Amago de Wronski»: aquello era de verdad.

—¡Ha visto la snitch! —gritó Harry—. ¡La ha visto! ¡Míralo!

Sólo la mitad de los espectadores parecía haberse dado cuenta de lo que ocurría. La afición irlandesa se levantó como una ola verde, gritando a su buscador... pero Krum fue detrás. Harry no sabía cómo conseguía ver hacia dónde se dirigía. Iba dejando tras él un rastro de gotas de sangre, pero se puso a la par de Lynch, y ambos se lanzaron de nuevo hacia el suelo...

—¡Van a estrellarse! —gritó Hermione.

—¡Nada de eso! —negó Ron.
—¡Lynch sí! —gritó Harry.

Y acertó. Por segunda vez, Lynch chocó contra el suelo con una fuerza
tremenda, y una horda de veelas furiosas empezó a darle patadas.

—La snitch, ¿dónde está la snitch? —gritó Charlie, desde su lugar en la fila.

 

 

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