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30 de setembro de 2020 às 09:49 19 views
—¡Buenos días! —saludó alegremente el señor Weasley. —Buenos días —respondió el muggle. —¿Es usted el señor Roberts? —Sí, lo soy. ¿Quiénes son ustedes? —Los Weasley... Tenemos reservadas dos tiendas desde hace un par de días, según creo. —Sí —dijo el señor Roberts, consultando una lista que tenía clavada a la puerta con tachuelas—. Tienen una parcela allí arriba, al lado del bosque. ¿Sólo una noche? —Efectivamente —repuso el señor Weasley. —Entonces ¿pagarán ahora? —preguntó el señor Roberts. —¡Ah! Sí, claro... por supuesto... —Se retiró un poco de la casita y le hizo una seña a Harry para que se acercara—. Ayúdame, Harry —le susurró, sacando del bolsillo un fajo de billetes muggles y empezando a separarlos—. Éste es de... de... ¿de diez libras? ¡Ah, sí, ya veo el número escrito...! Así que ¿éste es de cinco? —De veinte —lo corrigió Harry en voz baja, incómodo porque se daba —¡Ah, ya, ya...! No sé... Estos papelitos... —¿Son ustedes extranjeros? —inquirió el señor Roberts en el momento en que el señor Weasley volvió con los billetes correctos. —¿Extranjeros? —repitió el señor Weasley, perplejo. —No es el primero que tiene problemas con el dinero —explicó el señor Roberts examinando al señor Weasley—. Hace diez minutos llegaron dos que querían pagarme con unas monedas de oro tan grandes como tapacubos. —¿De verdad? —exclamó nervioso el señor Weasley. El señor Roberts —El cámping nunca había estado así de concurrido —dijo de repente,
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