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7 de agosto de 2020 às 10:08 24 views

 

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La Mansión de los Ryddle

 

Los aldeanos de Pequeño Hangleton seguían llamándola «la Mansión de los Ryddle» aunque hacía ya muchos años que los Ryddle no vivían en ella. Erigida sobre una colina que dominaba la aldea, tenía cegadas con tablas algunas ventanas, al tejado le faltaban tejas y la hiedra se extendía a sus anchas por la fachada. En otro tiempo había sido una mansión hermosa y, con diferencia, el edificio más señorial y de mayor tamaño en un radio de varios kilómetros, pero ahora estaba abandonada y ruinosa, y nadie vivía en ella.

En Pequeño Hangleton todos coincidían en que la vieja mansión era
siniestra. Medio siglo antes había ocurrido en ella algo extraño y horrible, algo
de lo que todavía gustaban hablar los habitantes de la aldea cuando los temas de chismorreo se agotaban. Habían relatado tantas veces la historia y le habían añadido tantas cosas, que nadie estaba ya muy seguro de cuál era la verdad. Todas las versiones, no obstante, comenzaban en el mismo punto: cincuenta años antes, en el amanecer de una soleada mañana de verano, cuando la Mansión de los Ryddle aún conservaba su imponente apariencia, la criada había entrado en la sala y había hallado muertos a los tres Ryddle.

La mujer había bajado corriendo y gritando por la colina hasta llegar a la aldea, despertando a todos los que había podido.

—¡Están allí echados con los ojos muy abiertos! ¡Están fríos como el hielo! ¡Y llevan todavía la ropa de la cena!

Llamaron a la policía, y toda la aldea se convirtió en un hervidero de
curiosidad, de espanto y de emoción mal disimulada. Nadie hizo el menor esfuerzo en fingir que le apenaba la muerte de los Ryddle, porque nadie los quería. El señor y la señora Ryddle eran ricos, esnobs y groseros, aunque no tanto como Tom, su hijo ya crecido. Los aldeanos se preguntaban por la identidad del asesino, porque era evidente que tres personas que gozan, aparentemente, de buena salud no se mueren la misma noche de muerte natural.

El Ahorcado, que era como se llamaba la taberna de la aldea, hizo su
agosto aquella noche, ya que todo el mundo acudió para comentar el triple asesinato. Para ello habían dejado el calor de sus hogares, pero se vieron recompensados con la llegada de la cocinera de los Ryddle, que entró en la taberna con un golpe de efecto y anunció a la concurrencia, repentinamente callada, que acababan de arrestar a un hombre llamado Frank Bryce.

—¡Frank! —gritaron algunos—. ¡No puede ser!

 

 

 

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