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14 de agosto de 2019 às 07:30 17 views

 

—A preparar su próxima clase —dijo Ron con sorna—. A ondularse el
cabello, más bien.

Dejaron que el resto de la clase pasara delante y luego enfilaron por un
pasillo lateral y corrieron hacia los aseos de Myrtle la Llorona. Pero cuando ya se felicitaban uno al otro por su brillante idea...

—¡Potter! ¡Weasley! ¿Qué estáis haciendo?

Era la profesora McGonagall, y tenía los labios más apretados que nunca.

—Estábamos... estábamos... —balbució Ron—. Íbamos a ver...

—A Hermione —dijo Harry. Tanto Ron como la profesora McGonagall lo miraron—. Hace mucho que no la vemos, profesora —continuó Harry, hablando deprisa y pisando a Ron en el pie—, y pretendíamos colarnos en la enfermería, ya sabe, y decirle que las mandrágoras ya están casi listas y, bueno, que no se preocupara.

La profesora McGonagall seguía mirándolo, y por un momento, Harry
pensó que iba a estallar de furia, pero cuando habló lo hizo con una voz ronca, poco habitual en ella.

—Naturalmente —dijo, y Harry vio, sorprendido, que brillaba una lágrima en uno de sus ojos, redondos y vivos—. Naturalmente, comprendo que todo esto ha sido más duro para los amigos de los que están... Lo comprendo perfectamente. Sí, Potter, claro que podéis ver a la señorita Granger. Informaré al profesor Binns de dónde habéis ido. Decidle a la señora Pomfrey que os he dado permiso.

Harry y Ron se alejaron, sin atreverse a creer que se hubieran librado del castigo. Al doblar la esquina, oyeron claramente a la profesora McGonagall sonarse la nariz.

—Ésa —dijo Ron emocionado— ha sido la mejor historia que has
inventado nunca.

No tenían otra opción que ir a la enfermería y decir a la señora Pomfrey
que la profesora McGonagall les había dado permiso para visitar a Hermione.

La señora Pomfrey los dejó entrar, pero a regañadientes.

—No sirve de nada hablar a alguien petrificado —les dijo, y ellos, al
sentarse al lado de Hermione, tuvieron que admitir que tenía razón. Era
evidente que Hermione no tenía la más remota idea de que teníavisitas, y que lo mismo daría que lo de que no se preocupara se lo dijeran a la mesilla de noche.

—¿Vería al atacante? —preguntó Ron, mirando con tristeza el rostro rígido de Hermione—. Porque si se apareció sigilosamente, quizá no viera a nadie...

Pero Harry no miraba el rostro de Hermione, porque se había fijado en que su mano derecha, apretada encima de las mantas, aferraba en el puño un trozo de papel estrujado.

Asegurándose de que la señora Pomfrey no estaba cerca, se lo señaló a Ron.

 

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