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15 de outubro de 2018 às 06:40 11 views

 

—No..., no puedes... Papá dijo que no harías ma-magia... Ha dicho que te echará de casa..., y no tienes otro sitio donde ir..., no tienes amigos con los que quedarte...

—¡Abracadabra! —dijo Harry con voz enérgica—. ¡Pata de cabra!
¡Patatum, patatam!


—¡Mamaaaaaaá! —vociferó Dudley, dando traspiés al salir a toda pastilla hacia la casa—, ¡mamaaaaaaá! ¡Harry está haciendo lo que tú sabes!

Harry pagó caro aquel instante de diversión. Como Dudley y el seto
estaban intactos, tía Petunia sabía que Harry no había hecho magia en
realidad, pero aun así intentó pegarle en la cabeza con la sartén que tenía a medio enjabonar y Harry tuvo que esquivar el golpe. Luego le dio tareas que hacer, asegurándole que no comería hasta que hubiera acabado.


Mientras Dudley no hacia otra cosa que mirarlo y comer helados, Harry
limpió las ventanas, lavó el coche, cortó el césped, recortó los arriates, podó y regó los rosales y dio una capa de pintura al banco del jardín. El sol ardiente le abrasaba la nuca. Harry sabía que no tenía que haber picado el anzuelo de Dudley, pero éste le había dicho exactamente lo mismo que él estaba pensando..., que quizá tampoco en Hogwarts tuviera amigos.


«Tendrían que ver ahora al famoso Harry Potter», pensaba sin compasión, echando abono a los arriates, con la espalda dolorida y el sudor goteándole por la cara.

Eran las siete de la tarde cuando finalmente, exhausto, oyó que lo llamaba tía Petunia.

—¡Entra! ¡Y pisa sobre los periódicos!

 

 

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